Archive for septiembre 2014

Ahora somos solo Damián y yo


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Presente- Indicativo

Damián no tiene tu pelo, ni tus ojos, ni siquiera tus cejas. Tiene los ojos de mi padre, la estatura de mi hermano, mi pelo rebelde y mi alto sentido de la justicia. Damián se ríe con los ojos muy abiertos repletos de pestañas encrespadas y me pide que le cuente de nuevo la historia de la princesa que es la luna. 

Tu mensaje en mi teléfono miente con el “Llego en 15 minutos” de hace dos horas. Mi mensaje en tu teléfono dice la verdad con una frase que por fin me atrevo a decirme a mí misma: “Ahora somos solo Damián y yo”. Sin sombrilla, bajo la lluvia, sin plata para el pasaje del bus; Damián con su capita amarilla y sus botas rojas; yo con mi abrigo gris y mis zapatos de tacón. El mundo somos él y yo.

Ahora comienzo a vivir sin contar con vos y no contar con vos es más fácil que esperarte. De algún modo me alcanza más la plata cuando me restrinjo en mis gastos en lugar de tener la fe de que vas a darme una parte. Ahora disfrutamos más y lloramos menos. No perdemos el tiempo llamándote por teléfono. Hace como tres meses dejaste de depositarme y eso está bien, tan bien que cuando Damián y yo observamos la lluvia desde el taxi nos reímos sin parar. Somos solo nosotros dos. Y vos, donde quiera que estés, sos solo vos.

Números de teléfono


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Presente - Indicativo
 
Siento el peso de todos los ciclos mientras me percato de que ya no me sé su teléfono, sino que me sé otro.

Entre tantos recuerdos compuestos de números, las cifras se repiten para engañarme... Hay un 8 y un 4 que se parecen a los de mis recuerdos. Hay un 9 que me ha hecho sonreír y un 3 que he amado.

Pero no son iguales, no… A pesar de las semejanzas, en su totalidad, los números no pueden ser los mismos. Su voz ya no me espera del otro lado del teléfono, sino otra que jura ser mía. Ya nada es igual, ahora uso los puntos suspensivos...

El muchacho que fingía no sentarse en los parques


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Copretérito- Indicativo

Había una vez un muchacho que no se sentaba en los parques, excepto cuando se sentaba en los parques. Un muchacho que a ratos movía los labios como para decir algo, pero al final no decía nada. Un muchacho con palabras no dichas pegadas en los brazos, como tatuajes mal disimulados en forma de pecas.

Había una vez un muchacho que no era sentimental, excepto cuando era sentimental. Entonces por sus dedos pequeños se deslizaban caricias suaves llenas de emociones, caricias tan dulces que lo desenmascaraban de su pose lejana y lo sacaban de la sincronía de su personaje. No era cliché, aunque deseaba ser cliché. 

Había una vez un muchacho al que no le importaba nada, excepto cuando le importaba algo. Y, cuando le importaba, recolectaba a escondidas fragmentos de memorias atrapados en objetos, en aromas o en palabras para revisarlos por su cuenta, sin decirle a nadie. Por eso, quienes lo veían sentado en el parque, murmuraban que si le caía una gota de alcohol, la transparencia de la piel dejaba ver por dentro las sombras de sus memorias coleccionadas.