Un terrible destino, no haberse despedido de aquellos cabellos largos y bien cuidados, no aprovechar por última vez el roce de esos dedos duros por el contacto con las armas. Lloraron por el aroma de cereza esparcido en el viento desde aquella piel frágil y pensaron en un destino envuelto en llamas.
Cuando el camión se detuvo, comenzaron a aceptar la muerte. No tuvieron ningún arrepentimiento, todo su amor y cariño quedó expresado en la suavidad de sus caricias, de día o de noche. Dijeron adiós a la razón de su existencia y se encerraron en la profunda oscuridad. Pero, entonces, sintieron el leve roce de esas manos gloriosas y fueron trasladadas a la misma cama, aunque a kilómetros de distancia. Así recordaron el apego de su ama Rebeca y su incapacidad para cambiar nada. Suspiraron de alegría porque aquello solo fue un ligero viaje de mudanza.